La instauración y desarrollo de regímenes socialistas en otros países

   
 

Al comenzar la Segunda guerra mundial, en 1939, la Unión Soviética era el único Estado de carácter socialista, gobernado por un partido comunista. En cambio, al término de dicha guerra ese modelo político comenzó a extenderse  en gran parte de los países de Europa oriental y central, así como en China, donde el proceso de instauración del socialismo fue de un carácter distinto al de aquéllos.

   
 

En las décadas siguientes, el régimen socialista se instauraría en países de Extremo Oriente -como Corea del Norte, Laos, Vietnam o Camboya-; en  América –Cuba- e, inclusive, en  algunos países asiáticos y  africanos –como Yemen del Sur, Afganistán, Libia,  Angola, Mozambique y Etiopía, aunque fuese por un tiempo corto.  En el momento máximo de su apogeo (1945-1970), los regímenes socialistas dirigieron al menos a una tercera parte de la población; no obstante, todos ellos entrarían en crisis a causa de dificultades diversas –crisis económica, protestas sociales, autoritarismo, etc.- que provocaron finalmente  su desaparición a fines de los años ochenta del siglo XX, tal como sucedió también con la Unión Soviética. 

   
 
   
 

Desde luego, cada uno de ellos se desarrolló bajo circunstancias y características específicas pero, al margen de esas diferencias, compartían algunos rasgos comunes tales como los siguientes:

   
 

Presencia de un partido único en el ejercicio del poder y el control de los aparatos del Estado –educación, organizaciones políticas, sistemas de comunicación, etc-.

Economía planificada por el Estado, basada en la propiedad colectiva de los medios de producción.

Adoctrinamiento de la población con base en los planteamientos del marxismo-leninismo.

   
 

La instauración del régimen socialista en Europa del Este

   
 

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los países del centro y este de Europa se encontraban con graves dificultades socio-económicas y políticas a causa de la misma guerra, además de que eran países agrícolas con una industria débil, una sociedad con bajo nivel de vida y necesidad de tierras, carentes de una tradición política democrática, a excepción de Checoslovaquia y Alemania donde ya se habían logrado mejores niveles de desarrollo político y económico.

   
 

Como sea, en 1945, la situación era grave; Polonia y Yugoslavia, por ejemplo, sufrieron enormes pérdidas humanas en tanto que todos los países se hallaban con severas destrucciones materiales, agravada por el uso que de sus recursos habían hecho primero los alemanes y luego los rusos. Además, países como Hungría y Rumania, que combatieron al lado del derrotado Eje Roma- Berlín- Tokio tenían que cubrir el costo de las indemnizaciones de guerra. Todos, con excepción de Yugoslavia y Albania, fueron liberados del régimen nazi por el ejército soviético, lo que por supuesto fue un factor determinante para que la URSS influyera en el futuro político de las naciones de esa zona del continente mediante el llamado proceso de sovietización dado que los partidos comunistas fueron haciéndose del poder entre 1946 y 1948 con el apoyo soviético, hasta quedar alineados en torno a la URSS, organizándose según el socialismo soviético.  

 
 

Esta fotografía reproduce el instante en que soldados del Ejército Rojo colocan una bandera soviética sobre el edificio del Reichstag (cámara baja del Parlamento alemán) en Berlín, en los primeros días del mes de mayo de 1945, cuando la capital del III Reich cayó ante el avance de los aliados al final de la II Guerra Mundial. Tomado de: http://es.geocities.com/todomanis/reichtag.htm

 
 

Los orígenes de semejante hecho se fueron configurando durante el desarrollo mismo de la guerra como resultado del avance del ejército ruso en dicha zona y los diversos convenios establecidos entre los aliados –Acuerdos de Teherán, Yalta y Potsdam, principalmente. Al finalizar la guerra,  el Ejército Rojo ocupaba la mayor parte de la Europa oriental: los países bálticos, Polonia, la parte oriental de Alemania hasta el El Elba, así como los estados de la península Balcánica –Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia, Albania y Hungría, aparte de Austria que, al igual que Alemania, estaba sujeta a la ocupación cuatripartita; se había previsto que en esa zona se establecieran gobiernos interinos, representativos de la población resistente y antifascista, que se encargaran de proceder a la elección de sus propios gobiernos.

 
 

Conferencia de Potsdam. En la foto el primer ministro británico Winston Churchill, el presidente estadounidense Harry S. Truman y el dirigente soviético Iósiv Stalin, durante una de las reuniones celebradas en la ciudad alemana de Potsdam.  Después de la rendición alemana en la II Guerra Mundial, entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945 donde se decidió la configuración del mapa europeo y las zonas de ocupación de los vencedores. Muchos de los acuerdos alcanzados por la Conferencia de Potsdam se incumplieron en el plazo de un año a causa de la creciente tensión entre las democracias occidentales y la URSS que presagió el comienzo de la Guerra fría.

 
 

Tal fue el marco oportuno para el régimen soviético que, apoyado en su ejército, respaldó a los grupos simpatizantes del socialismo, sobre todo a los miembros de partidos comunistas, a fin de que se hicieran del poder y comenzaran a controlar los puestos clave –como los ministerios del Interior, de la Defensa y de Justicia- desde donde emprendieron reformas destinadas a liquidar a los líderes de derecha, los partidos nacionalistas burgueses  y antiguos colaboradores del fascismo, pero también a la nacionalización de industrias clave, la eliminación del capital extranjero y al reparto de tierras, medida ésta que debilitó el poder de la aristocracia terrateniente y se ganó la simpatía de los campesinos a favor de los partidos comunistas.

   
 

Paulatinamente, y sobre todo a partir de 1947, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Albania y la Alemania Oriental ocupada por la URSS se constituyeron bajo el denominado régimen de las democracias populares, con dirigentes que se pondrían a disposición del régimen soviético, salvo en el caso de Yugoslavia donde el gobierno de Josip Broz Tito implantó el modelo socialista soviético, pero sin aceptar la injerencia de José Stalin, pese a las presiones políticas, económicas y militares que le fueron impuestas.

 

En términos generales, la evolución política y económica de las democracias populares se dio en función del modelo soviético:

   
 

Políticamente, sus Constituciones  incluyeron una mezcla de principios democráticos y socialistas supeditados a la defensa del poder obrero y campesino; el predominio político y el control de las listas electorales estuvo en manos de los partidos comunistas y, todos quienes los acusados de nacionalistas antisoviéticos o simpatizantes de Tito fueron víctimas de las purgas al estilo de Stalin.

Económicamente, y en términos generales, las democracias populares, procedieron al fraccionamiento de la propiedad y su posterior colectivización; la formación de cooperativas agrícolas; la nacionalización de la industria, la banca y el comercio al tiempo que pusieron en marcha planes de reconstrucción económica centrados en el desarrollo de la industria pesada y sobre la base de una rígida disciplina laboral. Todo lo anterior, bajo la vigilancia del Estado.

Ideológicamente, las democracias populares completaron el proceso de sovietización mediante el adoctrinamiento de la sociedad con base en los planteamientos del marxismo-leninismo, además de la lucha contra la Iglesia, el control de la educación y la vida intelectual, la vigilancia de la prensa, la propaganda y otras acciones más.

   
 
           
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