Oriente en la época de las Cruzadas

 

 

 

Durante el siglo XI, es decir, al comenzar las Cruzadas, hubo problemas políticos entre los musulmanes de la cuenca mediterránea; en los Estados islámicos privaba el desorden debido a  diversos conflictos locales. Esto, entre otros problemas como la división política misma, había provocado miseria entre la población. Así, en Egipto, el califato fatimí sufría revueltas promovidas por bereberes, turcos y sudaneses. El Imperio Selyúcida  del Asia Menor se había dividido después de la muerte de Malik Sah, en 1092. En Anatolia, Kilic Aíslan se proclamó sultán, mientras que en Irak e Irán las disputas entre familias selyúcidas las habían debilitado seriamente. Siria, que sería el territorio más frecuentado por los ejércitos cruzados, se encontraba dividida en dos. Es más, ni siquiera los cristianos de Oriente —armenios, jacobitas y nestorianos, enfrentados, mantenían la unidad, al contrario, se enfrentaban entre ellos.

   
 

Esta era la situación cuando en diciembre de 1096 llegó a Constantinopla la primera cruzada.

   
 

Cuando el Imperio Bizantino, que hasta entonces había actuado como una especie de escudo defensor del resto de Europa ante el peligro siempre latente de nuevas invasiones bárbaras del norte europeo o de Asia, tiembla ahora ante la expansión de los turcos selyúcidas, la Europa cristiana latina acude en un movimiento de ayuda. Mas por encima de los valores que habían ido a defender los cruzados, éstos se enzarzaron en diferencias, querellas y luchas de todo tipo. Finalmente Bizancio resultó perjudicado, hasta el punto de que durante casi sesenta años casi desapareció por causa de los cruzados.

   
 

La actitud de desconfianza entre bizantinos y europeos occidentales era vieja. Los bizantinos consideraban bárbaros a estos últimos, además de que para entonces ya tenía tiempo la separación entre las dos sectas cristianas: la occidental, cuya cabeza era el papa romano, y la ortodoxa griega, cuyo máximo representante era el emperador de Bizancio.

 

 

 

Esto no era todo, ya que una vez que los cruzados se encontraron en territorios  orientales, y se aprestaban a la lucha contra los turcos, necesitaban ayuda en forma de avituallamientos, transporte y otras cosas que les daría el emperador bizantino. Éste, a cambio, hizo jurar a los jefes de la primera cruzada que una vez que arrebataran los territorios a los turcos, los devolverían a su antiguo dueño, el Imperio Bizantino.

 

 

 

Pero Alejo Conmeno, el emperador bizantino, trataba a las tropas feudales como si fueran mercenarias. Sin embargo, los cruzados hicieron caso omiso de los juramentos al emperador y actuaron en forma independiente. Así, los caballeros de Occidente fundaron en Palestina y Siria principados independientes de Bizancio, lo cual introdujo nuevas complicaciones en la política del Mediterráneo Oriental.

   
 
           
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